En los últimos días, varias ciudades españolas se han sumado al carro de una manera u otra de las smart cities, las ciudades inteligentes. A Coruña presentó varios proyectos, que se convirtieron en primera de todos los medios gallegos, y Madrid acaba de cerrar un contrato con INSA, una subsidiaria de IBM, valorado en 14,7 millones de euros para implementar el uso del big data y las herramientas analíticas para mejorar las características de la capital como ciudad inteligente.
Ser una smart city está de moda y todas las localidades, tengan el tamaño que tengan, quieren convertirse en una, pero ¿qué es exactamente una smart city y por qué realmente eso importa?
Las smart cities son una de las tendencias de futuro, que está ya colándose en el presente, sobre cómo la tecnología va a cambiar la vida cotidiana. Estas ciudades inteligentes son un desarrollo paralelo y complementario al del internet de las cosas y, como ocurre con este último terreno, modificarán desde la forma en la que cogemos el autobús urbano hasta el modo en el que se pagan impuestos o se controla el gasto de utilities. Por ejemplo, una de las mejoras que se introducirán son los contadores inteligentes, que sabrán de forma exacta no solo el consumo de cada hogar de electricidad o agua sino también las horas en las que la empresa tiene que aumentar la potencia o la calidad del servicio. Y eso irá acompañado por mejoras como una gestión del tráfico inteligente, basada en pautas de circulación; una mejor recogida de basuras y una optimización del reciclaje, gracias a que sabrán la realidad sobre el consumo de los ciudadanos; o unas líneas de transporte urbano realmente eficientes, ya que no solo habrán averiguado a qué hora deben pasar sino también los recorridos que sus usuarios realmente necesitan.
En definitiva, las ciudades inteligentes se aprovecharán de la tecnología y todos los desarrollos que han modificado de forma significativa el mundo corporativo (como el cloud o el big data) para cambiar la vida cotidiana de los ciudadanos, en una revolución del estilo de vida que podría ser uno de los grandes momentos de cambio de la historia contemporánea.
Las primeras que verán como la conversión en algo inteligente afecta a la percepción que se tiene de ellas serán las propias ciudades. Sus valores de marca estarán contaminados por su grado o no de inteligencia. Una ciudad que quiera estar en el siglo XXI – pero sobre todo que quiera vender que está en el siglo XXI – tiene que estar en el camino de las smart cities. De hecho, Londres contaba con un plan para convertirse en una ciudad inteligente mientras estaba preparándose para los Juegos Olímpicos y ejecutó ese salto a tiempo para los mismos.
Pero el cambio de ciudad tradicional a ciudad inteligente no será solo una cuestión de los municipios y de los organismos públicos, sino también de las marcas que operan en él y que le darán impulso. Las eléctricas, por ejemplo, están completamente ligadas a los proyectos de reconversión y han convertido a las smart cities en abanderadas de lo que pueden logar. Cuando se piensa en Málaga, una de las ciudades inteligentes de más larga trayectoria en España, se piensa directamente en Endesa, la firma que está detrás de su despliegue y que consigue así ser vista como una empresa moderna, innovadora y verde.
¿Qué impacto tendrán en el consumidor?
Pero las ciudades inteligentes no solo modificarán la imagen de marca de ciudades o empresas, sino que también cambiarán las pautas de consumo de sus ciudadanos. Igual que la Revolución Industrial o el boom de las clases medias hicieron que las marcas tuvieran que modificar cómo se dirigían a los consumidores, la ciudad inteligente hará que el ciudadano consuma de un modo distinto y tenga necesidades que no son las que tenía hace diez años. Y todo esto por supuesto habrá crecido al calor del smartphone, en el que el ciudadano tendrá que confiar cada vez más y que se convertirá aún más en el centro de su vida.
Para empezar, las ciudades inteligentes promulgan los entornos siempre conectados. Es decir, el ciudadano estará siempre inmerso en la red, ya que la opción de conectarse a internet vía WiFi estará siempre a su disposición. Para continuar, la capa de inteligencia permitirá hacer cambios mucho más notables que los de sencillamente poner la opción de conectarse a la red en todo momento y cambiarán el paisaje de la urbe. La ciudad inteligente se basa de la analítica para actuar en terrenos como la educación, la sanidad o los servicios sociales. Así, por ejemplo, puede detectar las zonas en riesgo dentro de la ciudad y concentrar allí su actuación para conseguir eliminar las barreras y las diferencias entre uno y otro barrio de la urbe, consiguiendo unas ciudades no más uniformes sino más igualitarias.
Las ciudades serán más prósperas, más eficientes, y sus habitantes tendrán más oportunidades para centrarse en las cosas que le interesan, como por ejemplo el ocio. Una ciudad que ha conseguido reducir las horas de transporte y los embotellamientos le da a sus habitantes más tiempo para lo demás. Los ciudadanos demandarán más servicios y más soluciones: pedirán muchas más cosas. De hecho, en algunas ciudades inteligentes, como puede ser el caso de Brisbane, en el programa para convertirse en smart city se incluyeron también pautas para convertirse en un dinamizador cultural y sus ciudadanos se han encontrado, de repente, con una mayor oferta cultural y de contenidos que ha crecido azuzada por la reconversión de la urbe.
Este nuevo consumidor – ciudadano estará más informado y reclamará muchos nuevos servicios. Muchas startups están empezando a cubrir algunas de esas lagunas, pero aún queda mucho cambio por recorrer.
Como explicaba un analista de Gartner hace unos años, las smart cities no solo dependen de la tecnología para triunfar, también necesitan a las administraciones públicas, por supuesto, y a las empresas privadas que creen toda esa carta de servicios y ofertas que los consumidores reclamarán con el salto a la inteligencia.
Fuente:
http://www.puromarketing.com/
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